Me gusta estar en contacto con la Naturaleza y disfrutar de todo lo que la misma conlleva. Nunca olvidaré cuando mi casa fué la noche, las estrellas mi techo y la luz de la luna iluminaba escondidos senderos entre las altas montañas. Cuando me sentía cansado reposaba mi cuerpo sobre una cama de hojas secas y con el crugir de éstas quedaba profundamente dormido. Mi despertar era temprano y disfrutaba de unos amaneceres jamás soñados. En ocasiones, miraba al cielo y todavía se podía divisar alguna estrella rezagada que parecía no importarle el rechazo del amanecer. Recuerdo el olor de la tierra húmeda mañanera y las gotas del rocío que recogidas en grandes hojas eran la bebida de todos los días. Sí, amo la Naturaleza y cuando más agreste y espesa mucho mejor. Quien pudiera repetir los hermosos despertares de mi querida Guatemala.

Me gusta los amaneceres cuando el sol, con cierta lentitud, abraza con su luz las campiñas y los montes. Necesito el aire fresco matutino que despeja la mente del que camina y que un soplo de agradable brisa bese mi frente meditativa. Mi andar se complace con el murmullo de un viejo riachuelo al que le cuento los miles de recuerdos que vagan en mi interior y, a veces por distraer el ocio de mi jornada, voy leyendo en este libro que llevo escrito en el alma.

Con pasos agigantados avanza el otoño y con lentitud agónica mueren día a día las hojas de las arboledas. Mas no sólo mueren ellas, también desaparece el trinar del pájaro cantor y ni tan siquiera se escucha el piar del pequeño gorrión. Mirando mi jardín, tampoco veo las flores que con tanto esmero cuidé. Todo se va, todo desaparece, todo cambia, todo se transforma. Ello me hace pensar que como ser humano no soy más que una hoja en el árbol de la vida y que como tal también mi otoño se cumplirá suavizándose lentamente el soplo de mi existir. Siempre he querido creer que después de caminar`por este escolloso mundo existe otra realidad, a la que se llega al cruzar la frontera particular de cada uno. Espero encontrar esta realidad no por méritos propios y sí por la benevolencia del Ser.

Sé, que la carta que escribo será para dársela al viento. Que quedará, a igual que otras, en lo más profundo de mi mente. Es en este lugar donde los recuerdos de oro se guardan bajo mil llaves. Te tengo presente como en aquel ayer recordando tu ternura y la dulzura de tu mirar. Sigo viendo la larga cabellera que te abrigaba hasta la cintura y que cuando corrías parecía que el aire la elevaba. Me siento tan cerca de tí, que, sin estar a tu lado, creo percibir el latir de tu corazón y hasta tu aliento noto en mi rostro. No puedo verte con los ojos abiertos, pero si los cierro, te veo a mi lado con nuestras manos cogidas igual que antes, igual que siempre. Soñábamos juntos grandes cosas, y sabes, cuando pienso en tí, sigo con aquellos sueños. Debajo de este árbol, donde escribo, es el refugio sagrado de mis pensamientos. Es donde me inspiro, donde me conecto y donde tengo contigo un contacto permanente. A veces me entristezco, y cuando mi perra se da cuenta, de un lametazo me quita las lágrimas que de mis mejillas resbalan.

Sin avisarme y de puntillas cruzastes tu frontera y te fuistes al paraiso sin nombre. Tus huellas con desespero busco en los caminos que en el lejano ayer juntos recorrimos, mas hoy, sólo y sin tí, lo hago triste, vacío, y hasta siento que los huesos se me calan de un mortal frío. Sí, te sigo queriendo como entonces, porque el amor cuando es amor no es flor de un sólo día, es perfume embriagador que envuelve toda mi vida.

Siempre fuí un ciudadano del país de las nubes. Por eso hay quien me dice “que no piso en el suelo”. Me place recordar ensueños que no tuve. Por la belleza Vivo. Por la tristeza muero. Vivo… como Dios quiere. Y a nadie importa nada. Soy libre como el viento y hago mi voluntad. Voy de paso… lo sé… y al fin de mi jornada me tenderé feliz de poder descansar. Ni debo ni me deben. No cobro los favores… si alguna cosa hice la hice por que sí… Confieso que me apena ver ajenos dolores Aunque nunca ¿lo oís? ¡nunca tuve piedad de mí. Todo tiene en la vida un sentido profundo y es preciso soñar, y sufrir, y querer. Mi maestro? El dolor. Mi escuela? El ancho mundo… ¡La vida es una fuente de infinito saber! Vivo en mi soledad ni triste ni contento, y si hago mi camino es por placer de andar. Mi reino está en la nubes… soy libre como el viento, y canto con los pájaros; ¡VIVA LA LIBERTAD!