Siempre he pensado que la primera escuela de nuestros hijos es la escuela del hogar. En el hogar no sólo han nacido y han crecido, también es el lugar donde aprenden observando a sus mayores. Salvo excepciones, según sea el comportamiento de los padres, así puede ser el de los hijos. El hogar tiene que ser un nido de amor, educación y respeto y el lugar donde se aleje de peligros y distracciones no convenientes. El hogar tiene que respirar calidez y seguridad. Ha de ser el centro de la vida familiar y lugar donde se compartan opiniones y aprueben las decisiones a tomar. Un lugar cómodo para el conjunto de la familia y la sede donde se forme nuestra conciencia, actitudes y autoestima. La actitud de los padres influirá poderosamente en las actitudes de los hijos y muy especialmente cuando éstos formen su propio hogar, en un día no muy lejano. Pienso que, si todos los hogares fueran así, sería un beneficio para el conjunto de la sociedad. Por la sociedad, por los hijos y por los mismos padres, formemos en los hogares la primera escuela de amor, educación y respeto.

Siempre fuí un ciudadano del país de las nubes. Por eso hay quien me dice “que no piso en el suelo”. Me place recordar ensueños que no tuve. Por la belleza Vivo. Por la tristeza muero. Vivo… como Dios quiere. Y a nadie importa nada. Soy libre como el viento y hago mi voluntad. Voy de paso… lo sé… y al fin de mi jornada me tenderé feliz de poder descansar. Ni debo ni me deben. No cobro los favores… si alguna cosa hice la hice por que sí… Confieso que me apena ver ajenos dolores Aunque nunca ¿lo oís? ¡nunca tuve piedad de mí. Todo tiene en la vida un sentido profundo y es preciso soñar, y sufrir, y querer. Mi maestro? El dolor. Mi escuela? El ancho mundo… ¡La vida es una fuente de infinito saber! Vivo en mi soledad ni triste ni contento, y si hago mi camino es por placer de andar. Mi reino está en la nubes… soy libre como el viento, y canto con los pájaros; ¡VIVA LA LIBERTAD!

Tengo un jardín sembrado con flores y silencios, en donde mi alma, en libertad, imagina ilusiones no alcanzadas, músicas celestiales y rosas sin espinas. En cada una de sus flores he depositado un sentimiento, un recuerdo o un amor. En mi jardín encantado todo tiene un sentido: La vida, el dolor, la tristeza, el amor y como no, el silencio. Hay una flor con tu nombre y no quiero que se marchite, pero llegando las blancas nieves…, también esta flor se despide. Ya no tengo la flor querida, pero si me queda el silencio y éste, como mi sombra, me acompañará siempre.

Sé, que la carta que escribo será para dársela al viento. Que quedará, a igual que otras, en lo más profundo de mi mente. Es en este lugar donde los recuerdos de oro se guardan bajo mil llaves. Te tengo presente como en aquel ayer recordando tu ternura y la dulzura de tu mirar. Sigo viendo la larga cabellera que te abrigaba hasta la cintura y que cuando corrías parecía que el aire la elevaba. Me siento tan cerca de tí, que, sin estar a tu lado, creo percibir el latir de tu corazón y hasta tu aliento noto en mi rostro. No puedo verte con los ojos abiertos, pero si los cierro, te veo a mi lado con nuestras manos cogidas igual que antes, igual que siempre. Soñábamos juntos grandes cosas, y sabes, cuando pienso en tí, sigo con aquellos sueños. Debajo de este árbol, donde escribo, es el refugio sagrado de mis pensamientos. Es donde me inspiro, donde me conecto y donde tengo contigo un contacto permanente. A veces me entristezco, y cuando mi perra se da cuenta, de un lametazo me quita las lágrimas que de mis mejillas resbalan.

Pintar el amanecer en sus distintos grises es un placer para el pintor y un ensueño para el poeta. El olor de la tierra húmeda empapa los sentidos y a lo lejos, entre la espesa niebla, surgen las crestas de las altas montañas que a las oscuras nubes alcanzar quisieran. El silencio del lugar me dice que la vida es igual que un arpa suprema, vibrante, sensible, divina y eterna.

Estoy de acuerdo contigo. Tu aportación es excelente. Saludos.